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jueves, 22 de agosto de 2013

BACH Y PINK FLOYD – y VI




R.P. Bertrand Labouche

BACH y PINK FLOYD

Breve estudio comparativo de la música clásica y la música rock



  


No es raro escuchar alabanzas acerca de las cualidades técnicas de tal o cual músico de “rock”, o las invenciones musicales de tal agrupa­ción.
Son citados, por ejemplo: Pink Floyd, los Beatles, Carlos Santana (guitarrista de “rock” latinoamericano), Emerson (del grupo “E.L. & P.”), Eric Clapton (guitarrista); Ginger Baker (baterista) y algunos otros.

• El disco “The dark side of the moon", de Pink Floyd, fue el fruto de un año de trabajo en un estudio de grabación. Es verdad que es de una más alta dimensión armónica que los “rocks” comunes.
• Los Beatles compusieron melodías agradables y bien acompaña­das ("Let it be”, “Hey Jude”, etc).
• El guitarrista Santana puede hacer de su guitarra aquello que él quiera; es un maestro de la improvisación. Igualmente el guitarrista del grupo “Yes” ejecutó un día, durante un concierto, con una guitarra clásica, una pieza extremadamente difícil.
• Emerson (de formación clásica), es un excelente pianista y orga­nista.

Es cierto que los fanáticos del “rock” no serían tan numerosos si hubiese solamente horrores. Por lo demás, la música actual no podía pasar sin transición del jazz al “hard rock” más decadente, de Louis Armstrong a AC/DC.
La música de los Beatles constituyó una etapa. En cuanto los vir­tuosos del rock, bastante raros, y los compositores que poseen una cien­cia musical más evolucionada, aún más raros, se distinguen todos precisamente porque ellos se alejan algunas veces de la pobreza habitual del rock, pero sin renegar de él. Ellos conservan sus principios fundamentales como la importancia capital del ritmo y el empleo de efectos especiales mencionados más arriba.
Tomemos un ejemplo: “Europa”, una pieza instrumental de Carlos Santana. Después de una suave introducción del tema principal, este guitarrista la desarrolla con talento usando diversas líneas melódicas; después, el ritmo entonces discreto se torna repentinamente dos veces más rápido y de un martilleo más acentuado. Santana se pone a tocar de una manera más agresiva y repetitiva, subiendo poco a poco al agudo mientras distorsiona las cuerdas de su guitarra. En seguida emplea un pedal de distorsión y utiliza cada vez más acordes disonan­tes, para así llegar a una papilla sonora inverosímil. El “rock” ha impuesto su ley de inversión de los elementos de la música.
Además, la inspiración fundamental de toda canción de “rock” está siempre presente y es tanto más influyente sobre el auditorio cuanto es servida por un talento real.
¿De qué se trata? No directamente de música, ciertamente, sino de un elemento indispensable de la música “rock”: la REVOLUCION contra todo orden establecido. Este elemento es el común denomina­dor de todos los rockeros en un sentido amplio.
No considerar a los Beatles más que en un plano puramente musi­cal sería un error. Sus peinados, sus vestimentas, sus canciones sobre el amor libre y la droga se han convertido en el símbolo de toda una generación.
Pink Floyd y todos los grupos de “rock” se mantienen en esa misma línea. La violencia extrema engendrada por los grupos más decadentes musicalmente es también una consecuencia de la inmorali­dad predicada por estos grupos, como también por los más evoluciona­dos musicalmente.
U2, o Pink Floyd, los Beatles o los Rolling Stones, Elvis Presley o Carlos Santana, Janis Joplin o Black Sabbath, todos los grupos de rock, desde los más softs hasta los más hards persiguen un mismo fin, que su música traduce en diversos grados: Destruir el hombre y la sociedad tal y como Dios los ha concebido. No se puede ocultar este elemento.
We don’t need no education: No necesitamos educación, ni con­trol mental, ni obscuros sarcasmos en clase: Maestros, dejen a los jóvenes en paz”: estas frases fueron cantadas por un coro de niños (!) en el disco “The Wall”, de Pink Floyd.(1)

- “El rock es algo más que música; es el centro enérgico de una nueva cultura y de una juventud revolucionaria".(2)
- “El rock ha marcado el inicio de la verdadera revolución”, escri­bió el anarquista Jerry Rubin.
- “El rock es ante todo una actitud, una manera de afrontar la sociedad, que trasciende ritmos y melodías”, afirmó Luis Antonio Mello, director de una estación de radio brasileña.
- “Todo rock es revolucionario” (revista “Time”).
- “La rebelión es la base de nuestra agrupación; los jóvenes nos consideran como héroes porque sus padres nos odian” (Alice Cooper).
- “Lo que nos interesa, es la revolución y el desorden” (Jim Morrison, del grupo “The Doors”).
- “Los Rolling Stones han contribuido tanto para la transformación de las costumbres de su generación que los sociólogos del futuro afir­marán que ellos han confirmado la crítica de sus opositores por su vida de vagabundos destinados a arruinar progresivamente la civilización occidental a través de la droga, la perversión sexual y la violencia”, escribió David Dalton, periodista de “rock”.





La inversión de los elementos musicales en el rock no es una sim­ple idea original; participa del ideal revolucionario. El efecto de tal inversión es sustituir la tranquilidad del orden por el caos, la paz por la insatisfacción, la vida por la muerte, como muestra el anterior esque­ma.




Este segundo esquema muestra que los “pequeños «rocks» llama­dos inofensivos” se sitúan al principio de una pendiente que puede lle­gar muy lejos y que toda simpatía para con estos no es sin un peligro real, al menos el de no progresar espiritualmente. Muchos jóvenes católicos juegan así con el fuego, artesanos inconscientes de su propia perdición. “Quien no avanza, retrocede”. Y el resultado puede ser fatal...
Y hay algunos que piensan que la solución es escuchar o tocar “rock cristiano”...


Basta un poco de sentido común para comprender que el cristia­nismo y el “rock” son incompatibles: el cristianismo es la religión del orden, porque obra con el fin de restaurar todas las cosas en Nuestro Señor Jesucristo. El “rock” es una música desordenada, porque la jerar­quía de los elementos de la música (melodía-armonía-ritmo) está inver­tida. Un “rock cristiano” es una cosa tan contradictoria como un “sofis­ma razonable”.


El cantante y arpista bretón, Alan Stivell, decidió un día electrifi­car su música, dar a los cantos tradicionales de la tierra bretona y de sus antepasados un aspecto más actual, con más ritmo, "más rock”. Sus “fans” se multiplicaron, sus conciertos atrajeron multitudes, su fortuna personal se aumentó considerablemente, en breve, ¡fue un éxito! Sin embargo, los bretones, que bailaban al son de la música de sus padres, despreciaron la nueva música de Stivell: el alma de Bretaña no estaba más ahí. Otra cosa la había reemplazado, un espíritu que no era el de sus antepasados.
El “rock” es una música, porque utiliza elementos musicales, pero es una música enferma, en contrasentido, desequilibrada. Yo no pien­so que se pueda afirmar “el rock, no es ni siquiera música”. Es como un loco, que ha perdido el uso normal de sus facultades, sin perder por lo tanto su naturaleza humana. Y hay grados en la locura, como hay grados en la perversión musical del “rock”.
La bella y verdadera música es más que un conjunto ordenado de sonidos agradables. Su influencia, como la educación, es de orden espiritual, moral (4) y político, mientras que en el “rock” se verifica lo contrario. Aquella ordena las pasiones humanas, sin destruirlas ni exacerbarlas. Socialmente, no conduce a la anarquía, finalidad del “rock”, sino que favorece la paz de la ciudad, como lo expresa muy bien W. T. Walsh (5)
En la España medieval, como en Grecia, se consideraba la músi­ca elemento esencial en toda educación; y no se tenía por persona educada a la que no era capaz de cantar o tocar varios instrumentos. Ruy Sánchez de Arévalo, en su Vergel de príncipes, dirige a Enrique IV la siguiente apología de la música: «La principal excelencia de este noble arte y su digno ejercicio consiste en disponer y dirigir los hombres, no sólo hacia las virtudes morales, sino hacia las virtudes políticas que los hacen aptos para reinar y gobernar: Es por esto por lo que este virtuoso ejercicio debe ser recomendado a los reyes y príncipes”.
El historiador jesuita, Padre Mariana, expresa un pensamiento semejante: “Porque en el canto pueden aprender los príncipes cuán fuerte es la influencia de las leyes, cuán útil el orden en la vida, cuán suave y dulce la moderación del ánimo... No sólo pues ha de cultivar el rey la música para distraer el ánimo, templar la violencia de su carácter y armonizar sus afectos, sino también para que con la música comprenda que el estado feliz de una república consiste en la mode­ración y en la debida proporción y acuerdo de sus partes”.
Estas líneas deberían inspirar a los padres católicos. La música clá­sica debería formar parte de la educación de sus hijos, desde la más temprana edad. Su oído se habituaría a su belleza y rechazaría las elucubraciones sonoras del “rock”.
Muchos jóvenes de hoy sólo escuchan la música moderna porque ellos no tienen una idea de qué es la gran música. Se contentan con aquello que ellos creen ser el único género musical, un género que los degrada.
No vacilen, estimados padres, en poner verdadera música en sus hogares durante los domingos y días de fiestas. Inicien a sus hijos, con la ayuda de un profesor o de un buen método, en un instrumento de música (piano, flauta, guitarra clásica, violín...). Que los educadores en las escuelas primarias enseñen el solfeo, el canto, la flauta dulce a los niños. Un sacerdote, director de una escuela primaria, se puso un día a enseñar el Ave María de Gounod a niños entre 4 y 8 años; al ter­mino del año escolar, lo cantaron completo y con todo su corazón delante de sus padres deslumbrados. Está al alcance de cualquier pro­fesor de canto.
El canto no es cosa fácil; necesita rigor, sensibilidad, dominio de sí y perseverancia, cualidades que precisarán durante toda su vida. Así como para el estudio de un instrumento, su aprendizaje tiene un gran valor educativo.
Un joven, que cursaba el año de humanidades en el Seminario de la Reja, que tiene también un curso de iniciación musical, me confió: “Descubro estas maravillas; es absolutamente necesario que los jóve­nes las conozcan". Desgraciadamente muchos jóvenes parecen llegar a un punto sin regreso: el “rock” ejerce una influencia tal que romper sus cadenas, esto es, sus discos, parece estar por encima de sus fuerzas. ¿Serán irremediablemente insensibles a los más grandes maestros de la música? La oración, la paciencia, las pruebas de la vida les harán poco a poco, esperémoslo, dejar a sus despiadados ídolos. ¡Que Nuestra Señora de Fátima venga en su socorro!
Uno de los efectos de la música, paradójicamente, es el de colocar el alma en el silencio: rechazar las preocupaciones, hacer apagar el alboroto del mundo, y “dar a los hombres una significación espiri­tual”.
Cuando se toca música, no se hablan tonterías, se guarda silen­cio”, recomienda la Sagrada Escritura. (6)
La música rock al contrario, forma parte de esa “conspiración con­tra toda especie de vida interior” (7) que es la vida moderna. Ella mata las almas musicalmente: es su principal perversión.
¿Y si Bach hubiese conocido la música “rock”?... Sin duda él habría afirmado sin rodeos:
El único fin y el único objetivo de toda música no es más que la alabanza de Dios y la recreación del alma. Cuando se pierde esto de vista, no puede haber verdaderamente música, sino solamente ruidos y gritos infernales” (J.S. Bach, 1738). (8)


(1). Estas palabras, quizás, expresan un reproche legítimo: si se trata de la educa­ción moderna, sin principios, sin ideal satisfactorio, ¡comprendemos que no nece­sitan de esta educación y que quieran destruir todo lo que representa esta educa­ción! De hecho, Pink Floyd critica también el “dios-dinero” en su canción “Money”, burlándose de los ricos... ¡pero esta crítica no les impidió recibir los millones de dólares ganados por este éxito! Es una contradicción, ciertamente, pero su crítica de la sociedad actual, materialista, “robotizada” no carece de funda­mentos. Se equivocan sobre las soluciones (anarquía, droga, sensualidad sin freno...).
(2).    Revista “Rolling Stones”. Citada por Alberto Boixadós en “La renovación cristiana del arte", Ed. Areté, pág. 45.
(3).    Roger Waters, letrista y bajista de Pink Floyd afirma sustancialmente en un DVD sobre “The dark side of the moon”: "Mi madre me enseñaba cuando era niño que había una vida después de la muerte; lo creía hasta que entendí que era falso”...
(4). “El hombre que no tiene música en sí mismo y no se queda emocionado por un concierto de suaves acordes es capaz de traiciones, de complots y de rapiñas” (William Shakespeare, “El mercader de Venecia”, V, 1, Lorenzo).
(5). ‘‘Isabel de España”, cap. XXVI, pág. 477.
(6). Eclesiástico, 32, 4.
(7). G. Bernanos.
(8). Citado por Ulrich Michels, op. cit., pág. 101. 46



El autor de la obra, Padre Bertrand Labouche.